Iba con mi dueño en el tren. Yo desconocía el lugar al que íbamos. Yo estaba metido en el bolsillo interno de la cazadora de mi dueño, que se llamaba Edwin Gallart.
El pobre chaval era un poco torpe y bastante tonto, ya que desconocía mi funcionamiento.
Se levantó del asiento y se fue acercando al WC. Una vez allí, se bajó los pantalones y se sentó. Yo desconocía la función de sentarse. Empecé a vibrar: era una llamada, así que Edwin me cogió y empezó a hablar.
Hasta ese momento todo era maravilloso, pero a partir de ahí empezó el expediente X.
Edwin me estaba sosteniendo en su oreja, apoyándome contra su hombro, mientras se subía los pantalones.

Hay un dicho que dice que el hombre no es capaz de hacer más de una cosa a la vez, y en este caso es sorprendentemente cierto, ya que justo cuando me iba a coger con la mano, le resbalé y fui cayendo hacia el fondo de lo que el hombre llamaba retrete.
Di varias vueltas en el aire hasta que pude ver lo que había en el interior de ese retrete: era un agua con una masa un poco viscosa, de un color marrón amarillento.
No tenía ni idea de lo que era, pero más o menos me lo imaginé... así que en ese momento vi pasar mi vida por delante de mi pantalla.
Cuando llegué a la masa que había dentro del retrete, empecé a hundirme: parecían arenas movedizas.
Edwin me tenía mucho cariño, así que se arriesgo y metió la mano en su propia masa.
Creo que llegó a tocarme pero ya no sentía nada: sólo que me estaba entrando agua por la batería. También empezaba a ver agua en mi pantalla.
Edwin empezó a gritar pidiendo ayuda, yo pensé que era para salvarme, pero pronto me di cuenta de que no: era para salvarse él, ya que se había quedado atrapado y no podía sacar la mano.
-Eres un imbécil y un torpe, a quien se le ocurre meter la mano en un retrete para salvar un mísro móvil- Dijo un hombre cuyo rostro no veía, me era imposible.
Más tarde escuché la voz de Edwin, que decía:
-Gracias a todos por sacarme de ese infierno, os pagaré todos los gastos provocados, y me compraré otro móvil nuevo.
Al oír esas palabras me vine abajo.
Ya no me quedaba mucho tiempo de vida, ya que esos residuos eran más tóxicos que cualquier otra cosa, y me estaban carcomiendo la carcasa. Pronto me llegaría a mis partes internas y me mataría.
Para tener una muerte dulce empecé a pensar en las cosas bonitas que me pasaron desde que salí a la venta, y en el tiempo que estuve con Edwin, hasta que ya no sentí nada en mi interior.